




DOS VECES SUYO
A Pedro le fascinaban los barcos. Su pasatiempo favorito era dibujarlos. El hacía veleros, lanchas, botes, pangas, cruceros, buques de guerra, yates… de todo tipo. Un día decidió que en lugar de solo dibujarlos iba a hacer un modelo de un velero. Primero paso varios días estudiando y calculando sus dimensiones.
Luego en el taller de su padre, hallo los materiales necesarios. Durante varias semanas corto, lijo, pinto y armo las piezas. Dedicaba todo su tiempo libre al proyecto. Al fin tres meses después de haber comenzado, coloco los mástiles y colgó las velas.
Pedro creyó que nunca había visto un velero tan hermoso. Se parecía exactamente a un barco verdadero. A él le pareció que era su obra maestra. Estaba muy satisfecho.
Al día siguiente Pedro fue temprano al río. Llevaba su barco en los brazos. Había llegado el día de a prueba. Era hora de saber si su barco realmente podría navegar. Si sus medidas no fueran exactas, flotaría sin ninguna inclinación. Con mucha ansiedad puso su barco en el agua.
Que alivio sintió. Los mástiles se mantuvieron derechos, mostrando un equilibrio exacto. Solamente se mecían suavemente con el movimiento del agua. La brisa lleno las velas y su barco se deslizo por el agua con una facilidad admirable. Pedro sintió que no podía contener su alegría y satisfacción.
El éxito de su creación cautivo tanto su admiración que no vio que se acercaba cada vez más a la corriente del río. De repente el velero giro con la corriente del río. De repente el velero giro con la corriente y aumentando velocidad comenzó a alejarse río abajo.
Pedro soltó un grito de desesperación y se echo a correr detrás de su barco. Intento alcanzarlo con una vara larga. Trato de arrojar piedras al otro lado de el para que el oleaje del agua empujara el barco hacia donde el lo esperaba. A pesar de todo, el barco parecía burlarse de su dueño.
Llevado por la corriente, se perdió de vista. Al fin, rendido y desconsolado. Pedro se tiro en el suelo y lloro. Su barco, la obra de sus manos, el amor d su vida, se había perdido.
Unos días después, su papá invito a Pedro a acompañarlo al pueblo para hacer algunas compras. Creyó que tal vez le ayudaría a olvidarse de su barco. A Pedro siempre le gustaba ir al pueblo. Le fascinaba todo lo que se veía en las vitrinas de las tiendas. Pero ese día iba un poco distraído. Pensaba en su barco perdido.
De pronto Pedro grito y asió a su papá el brazo.
- Papi – exclamo -, ¡mira mi barco!
- No puede ser hijo - dijo su padre - Tu barco se perdió lejos de aquí.
- Papi, yo sé. Pero ese barco es el mío. Yo lo reconocería en cualquier lugar. Yo sé que es el mío. Yo voy a entrar en la tienda a traerlo.
- Pedro, seguramente es un barco que se parece al tuyo, pero no puede ser. Además, ni puedes llevártelo sin hablar con el propietario de la tienda.
Pero Pedro ya había entrado en la tienda. Cuando su papá lo siguió, encontró al dueño de la tienda hablando con Pedro con voz enojada.
- Tú no puedes llevarte ese barco sin pagarlo, muchacho.
Pedro le respondió:
- Señor, pero ese barco es mío. Yo lo hice
Y le contó lo que había pasado.
- Lo siento muchacho, estoy vendiendo ese barco.
Él lo había encontrado.
- Me gustó el barco y lo compre. Así que ahora es mío. Si tú lo quieres, tendrás que pagarme el precio que le he puesto.
Pedro se sintió muy mal. Comprendió lo que había sucedido. Aquel muchacho había encontrado su barco. Como era tan bonito, pensó venderlo. Ahora aquí estaba su barco… pero tenía que comprarlo.
Durante los próximos días Pedro busco trabajo dondequiera que se lo dieran. A duras penas reunió el dinero necesario y volvió al pueblo. Entro en la tienda y compro el barco. Al salir de la tienda le dijo al barco:
- Ahora eres dos veces mío. Primero porque te hice y ahora por que te compré.